El asesinato de “La Muñequita China”
Dos disparos resonaron y se escucharon en el lobby del Hotel Pal. Sobresaltada, María López, que esperaba en un sillón, se puso de pie. El corazón le decía que aquel tiro venia de la habitación donde su hija Rosa se despedía de Roberto Serna, el hombre que, alguna vez, creyó el amor de su vida. Sonó un tercer balazo. María echó a correr, gritando que la ayudaran, que la acompañaran, porque le estaban matando a su hija.
Subió aquella mujer desesperada a la habitación 15, donde vivía el periodista Roberto Serna, editor de una revista popular en 1951: “Oiga”. Por dentro, María López maldecía: ¿Por qué dejó que Rosa subiera sola a la habitación de Serna? La muchacha dijo que no tardaría, que tenía algunos asuntos que tratar con ese hombre que, como otros en su vida, se había vuelto un dolor de cabeza.
Sin aliento, esa madre aterrorizada empujó la puerta de la habitación 15. Gritó, gritó con todas sus fuerzas; su dolor llenó los pasillos del Hotel Pal. Tirada en la cama, estaba su Rosa, su Rosita, con un tiro en la cabeza y otro en el pecho. Aquel hombre se la había matado, y después de cometer el crimen, él mismo se había suicidado. El cuerpo de Roberto Serna descansaba en un sillón, De su cabeza manaba un hilo de sangre.
El pasillo se llenó de gente: llegaron los gendarmes; a las puertas del número 73 de la avenida Arcos de Belem se detuvieron patrullas, una ambulancia que ya nadie necesitaría, uno que otro auto de reportero afortunado. Los chicos de la prensa se dejaron caer en tumulto, los fotógrafos ser abrieron paso para disparar los flashes y conseguir la foto que a lo mejor alcanzaba a salir en el vespertino, y que, en algunos casos, sería la imagen principal de la edición del día siguiente.